Desde Xerox y Steve Jobs hasta la pasión gamer: la historia del mouse

Por Equipo Santander Post | 16-12-2020 | 11 min de lectura

El ‘ratón’ cumple 50 años de facilitar la interrelación entre los hombres y las máquinas. Aquí, un repaso sobre cómo funciona y los hitos que marcaron su historia.

¿Quién no ha tenido un mouse en la mano? ¿Y cuánto puede tardarse en aprender a manejarlo? Sin manual de instrucciones, ni tutoriales de YouTube, ni profesores que enseñen a usarlo, el mouse es uno de los dispositivos tecnológicos con una usabilidad difícil de igualar por lo sencillo que es su uso.

Hoy resulta difícil imaginarse un ordenador de sobremesa sin el dispositivo al lado, pero si nos remontamos a principios de los años 80, donde los ordenadores solo mostraban texto (y eso con suerte), la idea de contar con un mouse era, cuanto menos, exótica, narra en un artículo Sergio Cabrera, ingeniero en Santander Global Tech.

La primera patente del mouse tal y como hoy lo conocemos data del año 1967 gracias a Douglas Engelbart (1925-2013) que, como un Steve Jobs de su época, defendía que la informática podía cambiar la vida de las personas, solo que para ello debía ser más fácil de usar. De hecho, él fue también pionero en proponer avances como los procesadores de texto, las aplicaciones en ventanas o incluso los sistemas de videoconferencia.

La compañía Xerox apostó por el mouse como parte de su proyecto de crear una interfaz de usuario gráfica e intuitiva. Su primer nombre: «indicador de posición X-Y para un sistema de visualización».

Aunque no lo inventó, fue Steve Jobs el que popularizó el también llamado “ratón” entre los usuarios de ordenadores. Fue precisamente Steve Jobs el que lo descubrió en una visita a sus oficinas en 1979 y vio el potencial de este dispositivo. Pero el diseño original no le convencía: tenía tres botones, era complicado de manejar y no se desplazaba de forma suave. Además, costaba 300 dólares. Así que mandó rediseñarlo con las siguientes indicaciones: un solo botón, que pueda funcionar sobre cualquier superficie y que cueste 15 dólares. El dispositivo final, que ahora sí se llamó mouse (ratón en inglés) por su semejanza con el roedor, se incluyó de serie en su ordenador personal Lisa de 1983 y posteriormente en el Macintosh de 1984. El resto es historia.

Diseccionando al mouse

Ahora que ya conocemos un poco el origen del dispositivo, es hora de averiguar cómo el mouse es capaz de reconocer el movimiento de nuestra mano y enviárselo al ordenador.

En el modelo de Engelbart este proceso era mucho más intuitivo pues se llevaba a cabo mediante dos ruedas metálicas (una horizontal y otra vertical) que giraban al moverse el dispositivo. Las ruedas estaban unidas a sendos potenciómetros capaces de registrar la cantidad y velocidad del desplazamiento. Esa información de movimiento en X e Y se hacía llegar al ordenador mediante un cable y un conector estándar RS-232 por el que se transmitían los datos en serie (es decir, unos detrás de otros).

El modelo de Steve Jobs sustituía las dos ruedas por una bola de plástico capaz de girar en todas direcciones de forma mucho más suave. Esta bola estaba unida en su parte superior a dos rodillos que, de nuevo con sendos potenciómetros, recogían la información del desplazamiento en X e Y y la enviaban de nuevo por medio de un cable. Con el tiempo, el conector evolucionó a uno con forma redonda llamado PS/2.

Este modelo de mouse con bola estuvo vigente durante más de quince años, con múltiples variantes por el camino: con dos botones, con tres botones, ergonómicos, con la bola en la parte superior, e incluso modelos un tanto estrafalarios y no del todo cómodos, entre los que se incluye el mouse del primer iMac.

Los ‘ratones’ mecánicos se apoyaban en ruedas o en bolas, que servían para transmitir el movimiento al ordenador.

También durante esta época empezó a popularizarse la famosa «rueda de scroll», que nos permite ahorrar movimientos usando solo un gesto de nuestro dedo anular, que hasta entonces se quedaba libre al posar la mano sobre el mouse.

Sin embargo, después de casi dos décadas, se hacía necesario actualizar la tecnología, ya que estos modelos estaban lejos de ser perfectos: la bola recogía todo el polvo y suciedad de allá donde iba pasando, acababa atascándose y no desplazaba igual de bien sobre todas las superficies; de ahí que se popularizaran las famosas «alfombrillas de ratón».

De la bola al láser

Avanzamos entonces al año 1999. Por aquel entonces la fotografía digital estaba en pleno ascenso y los componentes necesarios para captar imágenes se abarataron de tal manera que hizo posible rescatar algunas de las ideas de Xerox. Ya en los ochenta algunos de sus ingenieros pensaron que sustituir el mecanismo físico del mouse por otro que funcionase con un haz de luz lo haría mucho más preciso. Y fue así como nació el primer mouse óptico.

La bola se sustituyó por una hendidura en la que se alojaban dos componentes: por un lado, un diodo LED emisor de luz, normalmente de color rojo, pues eran más económicos. Esta luz iluminaba una pequeña área bajo el pequeño dispositivo de tal forma que la reflexión era luego recogida a pequeños intervalos por un foto-receptor, el segundo de los componentes. Por decirlo de forma sencilla, es como si una mini cámara estuviera tomando cientos de fotografías por segundo a la superficie por donde pasase el ratón.

Estas imágenes eran luego procesadas por un algoritmo implantado en los chips del mouse y convertidas a datos de desplazamiento que se enviaban al ordenador. Así, por ejemplo, si en una imagen aparecía una mota oscura en el centro y en la siguiente imagen la mota estaba situada ligeramente más arriba, significaba que habíamos movido el ratón hacia abajo.

Curiosamente, se podría decir que los aparatos ópticos actúan como pequeñas cámaras fotográficas en miniatura.

Dependiendo de la complejidad del algoritmo implementado en el chip, del número de imágenes procesadas por segundo y sobre todo de la resolución de la imagen recogida, obtenemos un mouse de mayor o menor calidad. Por cierto, que la resolución en un mouse no se mide en megapíxeles sino en dpi (puntos por pulgadas). Si un mouse típico de esa época tenía 400 dpi significaba que por cada pulgada (2,54 cm) que lo desplazáramos, el cursor se movía 400 píxeles.

A la hora de escoger un mouse es importante conocer su resolución, medida en puntos por pulgada (dpi).

Aparte de lo dicho, poco a poco se fue sustituyendo también el conector PS/2 por el entonces novedoso USB, que acabaría convirtiéndose en estándar y que permitió que se pudieran transferir todo tipo de datos entre el mouse y el ordenador. Así, empezamos a ver ratones con 14 botones, botones programables, luces de colores…

 

¿Y cuáles han sido los avances en los modelos actuales?

El tipo de luz. Del diodo LED se ha pasado a una luz láser, mucho más potente y precisa, que permite manejar el aparato en un mayor abanico de superficies, por pulidas que estén. ¡Hay algunos que se manejan bien incluso sobre cristal!. Esto también ha permitido que el número de dpis se dispare hasta los 16.000 en algunos modelos, aunque en la práctica contar con 1.000 o 2.000 es más que suficiente.

En el tipo de conexión. Ahora lo normal es ver ratones sin cable, mucho más cómodos de manejar y transportar. Los primeros modelos emitían los datos al ordenador por medio de un chip wifi, pero hoy en día lo más común es encontrar mouse con un chip bluetooth, de mucho menor consumo. Eso sí, en lo que se ha salido perdiendo es que antes el mouse se alimentaba de la energía del ordenador que le llegaba mediante el cable. En los modelos inalámbricos esa energía hay que suministrársela mediante una batería o pilas convencionales. Para mantener bajo el consumo del mouse se suelen tomar dos medidas:

evitar que el láser esté continuamente emitiendo luz (solo se enciende cuando se detecta movimiento)
hacer que el ratón pase a estado de reposo cuando pasen unos minutos sin moverlo, lo que implica que hay que «despertarlo» pulsando uno de sus botones, por ejemplo.
Modelos para todos los gustos

A la hora de elegir un mouse es importante tener en cuenta su sensibilidad (o dpis) y el tipo de conexión, pero también su ergonomía, pues ahora mismo hay modelos para prácticamente todos los gustos: de tamaño grande, mediano, pequeño e incluso micro, más alargados, más redondos, ligeramente inclinados, completamente verticales…

Como si de un colchón se tratase, lo más recomendable es probarlo antes para ver si nos adaptamos bien a él, pues vamos a pasar muchas horas de nuestra vida usándolo. Si forzamos la postura a la hora de cogerlo y desplazarlo, tenemos muchas posibilidades de hacernos daño en la mano y el codo e incluso de desarrollar una lesión en el futuro, así que no intentemos en lo posible no tomar a la ligera la elección de un ratón.

 Una mala postura al usar el mouse puede provocar síndrome del túnel carpiano, una dolencia que afecta a casi el 5% de la población

Otros modelos, como los Magic Mouse de Apple, han sustituido la rueda y los botones superiores por una superficie táctil, con lo que el dispositivo se convierte en una especie de “mutación” entre un ratón y un touchpad.

¿Y qué pasará con los mouses en el futuro?

Por desgracia no tenemos respuesta a esa cuestión, pero sí podemos decir que su reinado entre los dispositivos de entrada se ha visto peligrar en múltiples ocasiones. Primero aparecieron los touchpads (que ahora son parte fundamental de cualquier portátil) y luego las pantallas táctiles como las de las tabletas. Ahora estamos en pleno auge de las interfaces de voz y los dispositivos de realidad virtual.

Aun así, lo cierto es que su presencia sigue estando a la orden del día y seguro que pasarán muchos años hasta que dejemos de verlos como parte de nuestros escritorios.

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