La domótica comienza a ganar cada vez más protagonismo en los hogares que suman tecnologías que aportan mejores servicios de gestión energética, seguridad, bienestar y comunicación. De qué se trata y cuáles son sus ventajas.
Ya no se trata solo de ser inteligentes sino, también, de tener una casa inteligente. Más allá de las tecnologías diarias que se complementan con los seres humanos, se encuentran aquellas que se adoptan en las viviendas.
La denominada “domótica”, definida por la Real Academia Española (RAE) como “el conjunto de sistemas que automatizan las diferentes instalaciones de una vivienda”, es decir, las innovaciones tecnológicas que son aplicadas en el hogar, se incorpora cada vez más en el país para garantizar seguridad, maximizar el confort o facilitar las actividades recreativas dentro de la casa.
Más allá de estos beneficios, hay una característica de la domótica que marca un diferencial y es su contribución hacia la transición ecológica. Su tecnología, permite, entre otras cuestiones, aminorar la huella de carbono para mitigar el impacto en el planeta.
Esta problemática (la huella de carbono) se suele asociar a las organizaciones con el desarrollo de sus actividades. Sin embargo, cada una de las personas también genera una huella que debe compensar. Todo empieza en los hogares y la domótica se vislumbra como un aliado para aminorar los efectos del cambio climático.
Las viviendas constituyen una de las fuentes principales de emisión de CO2 a la atmósfera. Enrique Puliafito, investigador independiente del CONICET y director del Grupo de Estudios Atmosféricos y Ambientales en el Centro de Estudios para el Desarrollo Sustentable (CEDS) que depende de la Facultad Regional Mendoza de la UTN, recalcó en reconocidos medios locales que la vivienda impacta en promedio con el 29% de las emisiones (el transporte contribuye con el 56% de las emisiones.).
De este número, -afirma- “el 39% son gases de efecto invernadero, el 37% son contaminantes de la calidad del aire y el 10% son precursores del ozono”. Así, una vivienda del noroeste del país consume 8 gigajoules (GJ) de energía per cápita o 32 GJ por vivienda; en cambio, una de la Patagonia consume 38 GJ per cápita o 130 GJ por vivienda.
El cambio de acción
Para revertir esta situación, cada vez más usuarios apuestan por la domótica, un conjunto de tecnologías orientadas a controlar y automatizar las viviendas de manera inteligente. Estos sistemas, cada vez más innovadores, disponen de sensores que recogen la información, la procesan y convierten en órdenes a unos actuadores.
De esta forma, por ejemplo, el sistema de riego se puede activar sólo cuando las condiciones meteorológicas y la humedad del suelo así lo requieran; o las luces se pueden volver más tenues, en función de la luz solar que entre en una habitación y del número de personas que permanezcan en ella.
La domótica aplicada a las viviendas (smarthomes o casas inteligentes) tiene múltiples ventajas. Santander.com destaca las principales:
La seguridad: la tecnología protege ante posibles daños, en tanto que avisa si, por ejemplo, detecta humo o una fuga de gas en el domicilio. No obstante, una de las aplicaciones más importantes se desarrolla en el sector de las alarmas, con el fin de evitar la intrusión.
La accesibilidad: cobra especial sentido en usuarios que poseen alguna discapacidad. A través de aplicaciones intuitivas, estos pueden configurar de manera autónoma sus dispositivos inteligentes.
La información: se puede conocer y regular los excesos de consumo en tiempo real, sin necesidad de estar presente en el hogar para llevar a cabo una determinada tarea.
La sostenibilidad: este concepto tecnológico que permite dotar de inteligencia a las casas tiene un impacto positivo directo en el planeta, reduciendo los niveles de contaminación y optimizando el consumo de energía.
Precisamente sobre este último beneficio, la domótica está cobrando una importancia especial a la hora de frenar las consecuencias del cambio climático. Esta tecnología se ha convertido en un elemento clave en la transición a una economía verde, en la cual, tanto particulares como organizaciones, tienen un papel fundamental.
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